viernes, 7 de agosto de 2009

Crónica de Cementerio


Una tarde en el cementerio.


LAS DOS CARAS DEL SUFRIMIENTO


Mientras unos sufren por la partida de sus seres queridos, otros trabajan para no sufrir carencias


Por Johana G. Gao Chung.


“El día que dejen de recordarme, ese día moriré”… una frase que encontramos en la mayoría de urnas en cualquier cementerio. Una frase conmovedora, que nos da la esperanza de sentir que en algún momento, en algún tiempo, lo volveremos a ver. Una frase que al tan solo oírla o leerla disfraza el dolor de haberlo perdido.


Fue un jueves en la mañana que me dirigí al cementerio El Ángel, un cementerio que tiene historia en nuestro país, uno de los más antiguos de Latinoamérica. Al principio me sentí emocionada de poder conocer más acerca de este lugar, ya que las veces que siempre he ido solo era para visitar a mi padre y a mi hermana, pero nunca me percaté de las tantas anécdotas que suelen pasar las personas que trabajan ahí. Llegué pensando que me contarían historias de terror como suelen contar en un cementerio, pero lo que encontré no tenía nada que ver con lo que pensaba.


Para mí ir a este lugar significa mucho, el día que enterraron a mi hermana era una niña de trece años, ya tenía conciencia de lo que pasaba, fue un golpe muy duro que con el tiempo lo fui superando, no del todo, pero ya no me afecta tanto como en ese momento. Las cosas pasan porque tienen que pasar, siempre me lo decía para no sufrir, pueden creer que desde ese día nunca más volví a pisar ese cementerio hasta que leí el correo de mi profesor y uno de los lugares que tenía que asistir para cubrir una crónica era este, pude haber elegido otro, pero dos días antes de leer el e- mail había soñado con mi hermana, como lo dije antes, las cosas pasan porque tienen que pasar, habrá sido una señal o simplemente será el destino.


Me separé del grupo con el que fui y me dirigí a San Cosme I, uno de los tantos pabellones que tiene este cementerio, es ahí donde se encuentra mi hermana, lloré de la impotencia de no haber podido hacer algo para que ella no se hubiera separado de mí, recé y volví con los demás, dispuesta a encontrar una historia emocionante que pudiera contar.


Dando vueltas y vueltas por más de dos horas me atreví a acercarme a un señor de características muy simpáticas, gordito y con una sonrisa de oreja a oreja que en ese momento limpiaba una urna que estaba a cuatro metros del suelo, estaba encima de una escalera muy vieja que se tambaleaba de un lado a otro:


-Señor ¿puede bajar un momento para poder hacerle unas preguntas?


Me miró amablemente y bajó.

-Dígame señorita.
-¿Cuál es su nombre?
-Silvano Martínez.


Mientras me hablaba se limpiaba las manos con un pedazo de tela y se arreglaba la camisa, como para darme una buena impresión.

-¿Cuántos años tiene trabajando en este cementerio?
-Trabajo aquí desde el año 1990, saca tu cuenta. Me acuerdo que fue en ese año porque fue cuando Fujimori entró al gobierno y despidieron a todos los obreros de la empresa donde trabajaba, solo se quedaron los más antiguos. Su mirada cambió totalmente cuando empezó a recordar ese momento, fue como si le hubiera abierto aquella herida del pasado.
-¿Cómo así decidió entrar a trabajar aquí?
-Fue la misma necesidad señorita, tenía que trabajar de cualquier cosa para poder alimentar a mis hijos y darles educación, además, sino trabajaba, mi mujer se iba a ir con otro, a las mujeres le gustan los hombres con la billetera gorda o ¿me va a decir que no? ¡Claro pe! Y yo no quería perder a mi mujer, porque a pesar de nuestros problemas ella es buena.


Silvano y yo reímos por un buen momento, su comentario me causó mucha gracia, ya que es cierto, ahora las mujeres buscan hombres que puedan solventar tantos sus gastos como los nuestros.

-Pero a pesar de todo ¿le gusta su trabajo?
-No me gusta, pero tengo que hacerlo para sobrevivir, un primo que en paz descanse trabajaba aquí y veía que se daba la buena vida, tomando todos los fines de semana y tenía para comer, entonces le dije si podía trabajar con él y es así que estoy aquí.
-¿Cuánto gana al mes?
-No tengo sueldo, vivo de las propinas que me da la gente charly, aunque no lo crea vienen señores bien vestidos, con carrasos del año que no pueden venir a visitar a sus familiares y me dan su voluntad por limpiar, poner flores y echar agüita. Será por cada trabajito 30 o 40 soles.
-¿Usted vive aquí?
-Me quedo una vez a la semana, como todos mis compañeros, dormimos en una pequeña casita que hemos construido arriba de los nichos.
- Y ¿no le da miedo?
-¿Miedo a los muertos? ¡Que va ser! Miedo se le tiene a los vivos, aquí no pasa nada, solo tengo pesadillas, en mis sueños siempre veo que una mujer está caminando por aquí y me llama, pero nada más.


Mi rostro cambió por completo, pensé que me diría que si penaban por las noches o escucha gritos de personas lamentándose de haber muerto, pero llegó Jefry, un muchacho de 20 años, delgado y carcajeándose de las pocas cosas que había escuchado de su amigo Silvano:


-No le haga caso señorita, claro que sí penan, la otra vez estaba caminando cerca al crematorio y escuché voces de mujeres pidiendo auxilio, ayuda.
-Y ¿no le da miedo?
-Claro que sí señorita, pero lo único que hago es correr o taparme las orejas.


Al principio sospeché que era una broma, o me estaba tomando el pelo, porque aquel chico no dejaba de reírse, todo lo tomaba a la ligera, pero me lo juró por Diosito y la Sarita, es ahí donde dude y pensé que no juraría en vano.Silvano lo callaba, porque no dejaba de hablar, y empezó a contarme de sus hijas, él muy orgulloso me comentaba que su hija mayor estudiaba en Selene, un instituto de cosmetología donde ya cursaba sus últimos años, el deseo de esta chica era poder trabajar siendo peluquera para así juntar el dinero necesario para estudiar lo que más anhelaba: ser chef.


Los ojos le brillaban de alegría a este simpático señor, no dejaba de decirme que siguiera estudiando periodismo porque era una carrera muy bonita, pero interrumpió una vez más Jefry diciendo que no éramos los primeros chicos en venir a hacerle preguntas. Las horas pasaban y tuve que preguntar a qué hora cerraba y me dijeron que faltaba una hora para eso, que ellos se encargan de estar seguros de que todos salgan porque los delincuentes se metían a dormir. No quise interrumpir más su trabajo y saqué de mi monedero todo el sencillo que tenía y se lo di como agradecimiento por haberme dado minutos preciados de su tiempo, al principio no me lo quiso recibir, pero yo insistí ya que era lo más justo.

-Señorita vaya al presbítero, es el cementerio que está al frente, ahí está Miguel Grau y otros héroes peruanos enterrados, además se encuentra el “niño Ricardito” es bien milagroso, todos le rezan, dicen que te cumple lo que le pides, la entrada esta cinco soles, pero hagan su rebaja por ser universitarios.
-Gracias, iremos.


Saliendo de El Ángel, nos dirigimos al otro cementerio para que Ricardito me cumpliera un deseo, los vigilantes no nos quisieron dejar entrar sin antes pagar, empezamos a convencerlos de que como íbamos a pagar para entrar a visitar a nuestros familiares, pero no nos creyeron, así es que caminamos hasta la siguiente puerta, la número cuatro, donde le dijimos lo mismo y el señor con cara de- ya pasen- nos dejó ingresar.


Buscando por todos lados al niño milagroso nos pasamos una hora, pero en el camino vimos las tumbas de grandes literatos peruanos como el de José Santos Chocano – este personaje que quiso ser enterrado de pie- también a Ricardo Palma, entre otros. Pero la suerte no estuvo con nosotros, llegando ya al lugar para pedir mi deseo, uno de los vigilantes nos retiró del lugar por haber entrado sin pagar. Ya en la puerta nos reímos como locos y le dijimos: “de peores cementerios nos han botado”.

Regresé a casa con una anécdota que contar y con los pies hinchados de tanto caminar.

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